Igualdad Animal | Organizaci—n internacional de derechos animales
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|   Miércoles 26 Mayo 2010

En la primavera del 2008 varios activistas iniciamos una investigación a la empresa Campofrío, ya que esta ridiculizaba a los vegetarianos como estrategia de marketing, a la vez que promovía el consumo de cadáveres de animales. 

Fuimos hacia Burgos y entramos en una de sus granjas proveedoras. Lo que vi allí lo plasmé poco después en la letra de una canción: “…Salté la valla de su corporación: un holocausto entero ante mis ojos. Entre excrementos nacen y viven, una hoja señala su ejecución. No eran cientos, que eran miles, de entre millones…”.

Las imágenes eran terribles pero lo que se clavó en mi mente fue un sonido: el sonido de las jaulas golpeadas por las cerdas utilizadas como máquinas reproductoras. El tamaño de estas jaulas no las permitía ni darse la vuelta, sólo levantarse y agacharse durante todo el tiempo que las permitiesen vivir. Por otro lado la imagen de los bebés me recordaba a la de los niños humanos que no son conscientes aún de la tragedia que les ha tocado. Después de grabar todas esas imágenes, recogimos varios cadáveres para llevarlos a la sede central de Campofrío. Recuerdo el olor a muerte en mi coche durante días. 

Las noches siguientes no pude dormir. Lo que vi allí era suficiente para hundirme pero a la vez me daba fuerzas para seguir luchando. Desde entonces siempre esgrimo un argumento -que además se utilizó en aquella campaña-: la realidad de la industria cárnica no muestra a sus verdaderos protagonistas en los anuncios, no les interesa que la gente sea consciente de la crueldad y el sufrimiento que implica cada trozo de carne. 

Yo lo he visto y gracias a muchos compañeros de Igualdad Animal estas investigaciones pueden demostrar a todo aquel que quiera ver y conocer que todo esto está pasando aquí y ahora y que está en nuestras manos cambiarlo.

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