«Han sido meses de intenso trabajo. De noches y noches sin dormir. De una dedicación constante, de un gasto de dinero y energía muy grande. Y el resultado ha sido sobrecogedor. Cientos de miles de animales heridos, agonizando, muriendo delante nuestro, mordiendo los barrotes de sus jaulas, naciendo entre excrementos, exhalando su último aliento, respirando toda su vida sus propias heces, siento mutilados, comiéndose unos a otros, madres viendo morir a sus bebés, bebés siendo aplastados por sus madres exhaustas que no pueden tenerse en pie, cadáveres y cadáveres de inocentes vidas que sólo les esperaba sentir miedo y dolor, incontables infecciones, problemas respiratorios crónicos, tumores, fiebre, contusiones, pulmones encharcados en sangre, piernas rotas, pequeños moribundos con las tripas fuera, hacinados, tirados vivos en contenedores de basura, pereciendo en los pasillos, sin agua, sin comida, muriéndose de hambre, montañas de cuerpos sin vida, descomponiéndose, golpeados hasta la muerte por los granjeros, sobreviviendo enfermos sus últimas horas en un camión, acuchillados en el cuello por los matarifes, muriendo ahogados en su propia sangre…
Siempre que nos marchamos de una granja tenemos que dejar a cientos de animales atrás, porque no podemos darles un sitio donde poder ser libres.
Todos llegaron a este mundo sin derecho a vivir. Y a todos les robaron sus vidas.»