Mi primera vez no fue como activista, ya que estudio veterinaria y visitamos granjas para ver cómo funcionan, obviamente en estas excursiones no se muestra todo, hay muchas cosas que se ocultan, o por ilegales o por desagradables. De igual modo, lo más impactante para mí al entrar en una granja es el olor, es algo que no se puede ocultar a quien las visita, pero que por desgracia no podemos mostrar a los que no las han visitado. Es un olor muy fuerte, a amoniaco, a purines, excrementos, a animales enfermos… a muerte… es desagradable, pero también es irritante, así que los ojos nos pican y nos molesta al respirar, nosotros entramos unas horas y salimos horrorizados por ese olor, ellos viven ahí toda su vida y encima su olfato es mucho más sensible que el nuestro.
Por otro lado, visualmente también es muy impactante, tal vez, de primeras intentas hacer un esfuerzo por pensar que ese hacinamiento es temporal, aun así sería algo horrible, pero finalmente empiezas a caminar y ves que absolutamente todos se encuentran encerrados en cubículos apenas unos centímetros más grandes que sus cuerpos, a ver su frustración, sus heridas… a sentir sus miradas, por desgracia están tan traumatizados psicológicamente que sus miradas en la mayoría de los casos están perdidas, sólo trasmiten tristeza y resignación. No es muy diferente al entrar en maternidad, hay madres apresadas entre barrotes que no pueden disfrutar de sus hijos, hay bebés enfermos, agonizando, con heridas realmente espeluznantes, con amputaciones, con frío, dolor… si te cruzas con la mirada de un bebé sano todo es distinto, su inocencia, la curiosidad que despiertas en él, en ellos podemos ver lo que realmente son, son niños que quieren jugar, curiosear, descubrir el mundo, pero lo único que tienen por descubrir es el horror que les deparará el futuro.
Al seguir recorriendo la granja entre gritos y chillidos lejanos, vamos encontrándonos con cadáveres en los pasillos, en cubos; fetos muertos, momificados. Cerdos de mayor tamaño también aparecen muertos o agonizando por contusiones, enfermedades crónicas, o simplemente muriendo asfixiados delante nuestro. Animales con infecciones espeluznantes en sus articulaciones que se han extendido al resto de su cuerpo y tienen fiebre, dolor y saben que ese es su final, el miedo de sus ojos nos lo indica. Sus compañeros les intentan ayudar, se acercan a los que sufren, les empujan. Muchas veces debido al estrés al que están sometidos acaban cometiendo canibalismo sobre ellos, algunos serán comidos vivos por sus compañeros.
También he visitado un matadero, allí el mayor impacto volvió a ser el olor, esta vez el olor a amoniaco y a purines era más suave, pero había un olor a miedo y muerte, a sadismo, que me dejó paralizada durante toda la visita. Lo que se ve en un matadero es horrible, desde que llegan los cerdos en camiones y les dejan en patios esperando su turno, podemos sentir sus miradas como se clavan en nosotros. Ellos saben lo que hay ahí, se huele perfectamente, se oyen los gritos de desesperación. Nunca han conseguido huir de su esclavitud y saben que tampoco podrán huir de su inminente muerte. De los patios pasan a las cámaras de gas con CO2 que se usa para hacerles perder la conciencia, vi como esos cerdos “inconscientes” mantenían sus reflejos y cómo al clavarles el cuchillo en su garganta, gran parte de ellos se movían y eran conscientes de cómo la sangre descendía por su cuello hasta su rostro.
Si no hubiera sido vegana creo que después de ver lo que he visto me lo hubiera planteado, es obvio que son como nosotros, tienen frío, miedo, ganas de vivir, de relacionarse, nada nos hace superiores a ellos, sólo la mentira con la que nos educan desde pequeños, de que todo esto es necesario y la capacidad que nos da esta sociedad para mirar a otro lado ante el sufrimiento ajeno y nuestra responsabilidad para evitarlo.