Jon Mendi
| MiĆ©rcoles 19 Mayo 2010Al entrar en la primera de las granjas de cerdos que he visitado, accedimos a una nave oscura y según entramos se oyeron numerosos ruidos metálicos. Allí estaban las pobres cerdas inmovilizadas en pequeñas jaulas metálicas que les impedía moverse, pero al vernos entrar se ponían en pie, esperando quizás recibir esa caricia que seguramente no habrán recibido en la vida.